Seccíon Comentado - Ley de etiquetado

¿Qué estamos comiendo? La industria alimentaria bajo la lupa  


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El pasado 12 de noviembre fue promulgada la Ley de Promoción de la Alimentación Saludable (Ley 27642) por el Decreto 782/2021, luego de aprobarse en la Cámara de Diputados el 27 de octubre.  El proceso tuvo un largo recorrido y puso en la agenda pública el debate sobre el derecho a la información acerca del contenido de aquello que la industria agroalimentaria nos ofrece como alimento. Al mismo tiempo, se visibilizó el entramado de intereses corporativos que se ponen en juego al decidir qué se produce, comercializa y llega a nuestro plato, a nuestro cuerpo. 

El proyecto de ley se impulsó y sostuvo por organizaciones sociales y referentes del ámbito de la salud de todo nuestro territorio sur, con una fuerte adhesión social que se visibilizó tanto en las calles, como en las redes sociales. También contó con el apoyo de organismos internacionales como la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). A su vez, el proceso permitió visibilizar ciertos actores que conforman los distintos eslabones de la cadena alimentaria industrial que buscaron desestabilizar el proyecto a través del lobby empresarial. Entre ellos, el Centro de la Industria Lechera (CIL), la Cámara Azucarera Argentina, la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (Copal), la Cámara de Empresas Estadounidenses en la Argentina (AmCham) y sujetos individuales, conocidos por su trayectoria en el ámbito de la salud: médicas/os y nutricionistas.

 

Los dueños de los alimentos

En la actualidad, nuestra alimentación se encuentra comandada por un puñado de empresas transnacionales que dominan los sistemas alimentarios: desde las semillas y agroquímicos (Bayer Monsanto, DuPont, Syngenta, BASF, Dow), pasando por el comercio mundial de granos (ADM, Cargill y Bunge), los alimentos y bebidas industrializados (Coca-Cola, Danone, Mondelez, Kellogg's, Nestlé, PepsiCo), hasta la comercialización de los mismos por grandes cadenas distribuidoras (Wal-Mart, Carrefour y Tesco aliadas recientemente). Esto implica que definen qué producir, cómo, dónde, qué de lo producido va a parar a cada plato, y a qué precio de mercado. Por ende, en el marco de sistemas alimentarios globalizados es bien sabido que quien domina los alimentos, domina la energía que mueve los cuerpos y, por ende, domina el mundo.

Ese control involucra a toda una cadena de engranajes productivos y de comercialización: insumos agrícolas y su utilización en la tierra, las plantas y los demás animales; distribución y procesamiento de las materias primas obtenidas con saborizantes, estabilizantes, colorantes y aromatizantes industriales; su introducción en los hogares, en los platos, en el cuerpo de quienes los consumen.

Las empresas agroalimentarias más grandes de la actualidad (Dow Chemical, Bayer, Monsanto), fueron antes compañías bélicas vinculadas a guerras mundiales. Finalizada la guerra de Vietnam en 1975 redirigieron su capital hacia la industria alimentaria, con un discurso maquillado de desarrollo y cuidado “más producción = mayores ingresos = menos hambre”, pero sosteniendo un mismo eje: el desgaste y martirización de la vida (de matar personas, a matar plagas). También, en muchos casos, el agro-negocio se encuentra vinculado al mundo farmacológico y de las vacunas: “te enfermo” y “te curo”. Asimismo, pese a que este sistema alimentario global ha aumentado la producción y disponibilidad de alimentos, se ha dinamitado la soberanía alimentaria de muchos países, entendida como el derecho de los pueblos a decidir qué y cómo producir los alimentos que la población necesita (Vía Campesina, 1996). Lo opuesto a la soberanía es la dependencia alimentaria. Por último, si nos detenemos en la calidad del alimento que la industria produce, se trata de productos con una oferta nutricionalmente deficiente de energía barata (azúcares y grasas industriales) y micronutrientes caros (vitaminas y minerales como el hierro, calcio, etc.).

En este contexto, cuando paramos frente a una góndola de supermercado nos encontramos con paquetes coloridos y brillantes, personajes encantadores y frases que prometen diversión y buena vida, pero: ¿qué entramados económicos, políticos y sociales envuelven a esos comestibles?

 

Te cuento el cuento: “Había una vez un alimento que nació de una pipeta”

La industria alimentaria ha cubierto de desconocimiento, duda e incertidumbre nuestra alimentación cotidiana: no sabemos de dónde viene lo que comemos, qué manos/ empresas elaboran estos productos o alimentos, cómo lo hacen y qué contienen. En la mayoría de los casos, se utilizan materias primas que provienen de grandes extensiones de monocultivos, granjas/ jaulas industriales de animales, entre otras invenciones humanas. A su vez, no se trata de preparaciones elaboradas en el espacio de las cocinas, sino en laboratorios por químicos/as, ingenieros/as, bromatólogas/os y CEOs de empresas transnacionales. En este escenario, no interesa ofrecer alimentos nutritivos y saludables, sino buscar la máxima rentabilidad, configurándolos como una mercancía más.

A la hora de comercializar estos alimentos industrializados tales como galletas, cereales para desayunos, barritas de cereales, postrecitos, yogures, jugos, golosinas, panificados, pastas, entre otros, son varios los mecanismos utilizados por la industria para transformar estos paquetes industriales y tecnológicos en “alimentos”. A veces “saludables” o “naturales”, otras veces “divertidos/de fiesta”, y en algunos casos, “porciones justas” y, por ende, “porciones permitidas” y “recomendadas”, con el fin de ocultar las sustancias que contienen, sus impactos sobre los cuerpos de quienes los consumen, y las implicancias de su producción para los ecosistemas.

La historia colectiva que ese alimento industrializado no porta, es creada por la publicidad para ingresarlo en nuestro campo afectivo. Los mensajes, imágenes, colores, personajes, leyendas que se transmiten, van permeando y moldeando nuestros sentires, deseos y pensares acerca de la salud, la alimentación, el cuerpo y del propio sistema alimentario.

En esta dirección, la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (2019) nos muestra la influencia en el comportamiento de compra que tiene la publicidad de los alimentos. La cuarta parte de las/os adultas/os encuestadas/os refirió haber comprado un producto alimenticio o bebida porque lo vió en una publicidad sólo en la última semana. También corrobora el efecto que la influencia de la publicidad tiene en niñas/os y cómo éstas/os solicitan a sus cuidadora/es adultas/os que les compren productos que vieron en una publicidad. Esto también lo corrobora una investigación realizada por UNICEF Argentina sobre la exposición de niñas/os y adolescentes al marketing digital de alimentos y bebidas en la Argentina (2021). En sus resultados exponen que más del 50% de niñas/os indicaron haber pedido un producto comestible no saludable porque lo vieron en una publicidad. Siguiendo el análisis de la ENNyS (2019) sólo un tercio de la población lee las etiquetas, y de ellos solo la mitad las entiende, lo cual implica que menos del 15% de la población estaría comprendiendo la información nutricional del envase.

Más allá de estos diagnósticos macrosociales, nos preguntamos: ¿qué implica que la población tenga que leer etiquetas para saber lo que está comiendo? Claramente, esos productos están muy alejados de su condición natural: no vemos plantas, animales o partes de ellos, sino sus derivados, transformados en otras cosas. Y si preguntamos de otra manera, en el marco de un país “productor de alimentos”, ¿reconocemos el aspecto natural de lo que comemos o lo conocemos sólo desde su aspecto procesado?

 

Consumos conscientes. Junto a la Ley, ¿llegó el tiempo de la pregunta?

Guiadas por la búsqueda de rentabilidad, estas grandes corporaciones delimitan y constriñen nuestras posibilidades de elección alimentaria. Cuando asistimos al supermercado, nos encontramos con góndolas repletas de productos que recrean una ilusión de variedad, pero al detenernos en su composición, vemos que utilizan el mismo puñado de ingredientes (harina de trigo enriquecida, de maíz, almidón modificado, azúcar blanca, jarabe de maíz de alta fructosa, sal, grasas y aceites hidrogenados, leche entera o descremada y lecitina de soja), a los que se suman colorantes, aromatizantes y saborizantes, que en su totalidad construyen la identidad de lo que comemos. Sumado a esto, la información contenida en el etiquetado es engañosa y se presenta de una manera difícil de comprender.

Por ello, la Ley de Promoción de la Alimentación Saludable contempla una serie de medidas destinadas a garantizar a las/os consumidoras/es información clara y accesible sobre el contenido de nutrientes críticos (azúcares, sodio, grasas saturadas y grasas totales) en los alimentos y bebidas envasadas elaboradas por la industria alimentaria. Además del Etiquetado Frontal, con sellos de advertencia sobre los nutrientes críticos, la señalada Ley contempla otros puntos: 1. La regulación de publicidad engañosa en los envases de estos productos (logos o frases con el patrocinio de avales de sociedades científicas o asociaciones civiles); 2. La prohibición de publicidad destinada a las infancias de estos productos; 3. La promoción de la educación alimentaria nutricional en los establecimientos educativos de todo el país; y, 4. La prohibición de la comercialización de alimentos y bebidas que tengan al menos un sello de advertencia en entornos escolares.

Sin lugar a dudas, esta normativa supone un avance en términos de democratización de la información sobre lo que nos ofrece la industria alimentaria para “alimentarnos”, lo que posibilita realizar elecciones más “conscientes” con impacto sobre la salud individual y colectiva.

La Ley constituye un paso importante y debe ser el puntapié para una política pública de alimentación integral, que tienda a generar mayor equidad en las posibilidades de elección y acceso a alimentos sanos, que contemple el acceso a la tierra de pequeñas/os productoras/es y el fomento a la producción y comercialización de alimentos sanos, frescos y de calidad en mercados de cercanía. Es una tarea de todas/as y cada uno/a bregar para que no quede reducida a una etiqueta frontal sino que sea un paso más en la conquista de la soberanía alimentaria. Pero, una vez más, la salida no es individual, sino colectiva. Volvamos una y otra vez a la pregunta inicial: ¿Qué estamos comiendo? Nos involucremos en su respuesta.  

 

Sobre las autoras:
Daniela Bustos es doctoranda es Estudios Sociales Agrarios del Centro de Estudios Avanzados y Licenciada en Nutrición por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Actualmente es becaria doctoral del CONICET y docente adscripta de la Cátedra de Nutrición en Salud Pública de la Escuela de Nutrición, UNC. Integra el Grupo de Epidemiología Ambiental y Enfermedades Crónicas (GEACC) de la Facultad de Ciencias Médicas, UNC.
Angeli María Julia es Doctoranda en Estudios Sociales de América Latina del Centro de Estudios Avanzados y Licenciada en Nutrición por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Actualmente es becaria doctoral cofinanciada CONICET y UNC.
Se desempeña como docente adscripta de la Cátedra de Nutrición en Salud Pública de la Escuela de Nutrición, UNC. Es miembro del Proyecto Consolidar SECyT “Habitar, comer y jugar: experiencias de género y clase en la ciudad de Córdoba”.
Su línea de investigación aborda las experiencias de comensalidad y juego de niños y niñas en contextos socio-segregados, barrios-ciudad y countrys.
 Florencia Bainotti es Doctoranda en Estudios Sociales de América Latina del Centro de Estudios Avanzados y Licenciada en Nutrición por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Actualmente es becaria doctoral de SECyT - UNC.
Se desempeña como docente adscripta de la Cátedra de Nutrición en Salud Pública de la Escuela de Nutrición, UNC. Es integrante del Nodo 5 del Proyecto PISAC - COVID 19 009  “Efectos del aislamiento social preventivo en el ejercicio del derecho a la salud en las infancias argentinas".
Luciana Dezzotti es doctoranda es Estudios Sociales Agrarios del Centro de Estudios Avanzados y Licenciada en Nutrición por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Actualmente es becaria doctoral de la SECyT y docente instructora de la Cátedra de Epidemiología General y Nutricional de la Escuela de Nutrición, UNC. Integra el Grupo de Epidemiología Ambiental del Cancer y otras Enfermedades en Córdoba (GEACC) de la Facultad de Ciencias Médicas, UNC. Miembra de "Nutricias" Colectiva de Nutricionistas por la Soberanía Alimentaria - Córdoba